martes, 27 de agosto de 2019

¡Felices los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

¡Felices los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

pobresTeresaCalcutaEsta afirmación del evangelio en Lc 6, 20 «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» nos lleva a tratar de entender quienes son los pobres a los que se refiere esta lectura.
En orden al Reino, la pobreza es un estado de privilegio por su efecto liberador. El rico, que cree poseer su dinero, ha de desconfiar, no llegar a ser poseído por su riqueza; sus obligaciones de justicia y de caridad actúan de contrapeso para equilibrarlo constantemente y para apartar de él la amenaza de Cristo: “Ay de aquél que es rico para sí y no lo es ante Dios” (Lc 12, 21).
“La pobreza es laudable, escribe Santo Tomás, porque al librar al hombre de las preocupaciones terrenas, le permite consagrarse con mayor libertad a las cosas divinas” (Contra Gentiles III, c. 133).
Jesús nos pide que no nos dejemos aprisionar por las riquezas. “Las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra de Dios y le impiden dar fruto” (Mt 13, 22). Los que quieren alcanzar el Reino de Dios, ponen su corazón allí donde se encuentra el verdadero tesoro, a una altura donde no llegan los ladrones ni tampoco le alcanza la polilla (Lc 12, 33-34). Estos son los pobres de que Jesus habla.
Cristo habla también para aquellos que tienen el apetito de las riquezas clavado en el corazón: tal es el sentido de la sentencia sobre el tesoro y el corazón, como facultad de desear (Lc 12, 34). “Los que quieren enriquecerse, añade a esto san Pablo, caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y funestas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia” (1 Tim 6, 9-10).
¿Qué es la riqueza comparada con la salud, con la libertad y con la alegría? (Eclo 29, 22; 30, 14-16). “La vida es más que el alimento y el cuerpo es más que el vestido” (Lc 12, 23).
“Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el Reino de los cielos” (Mt l, 24).
Lo que Cristo condena, no es la riqueza en cuanto tal. Cristo tuvo amigos acomodados: el grupo de las cinco mujeres que “le servían con sus bienes” (Lc 8, 2-3); Zaqueo, en cuya casa se hospedó (Lc 19, 1-10); Lázaro, en cuya casa fue obsequiado con un presente valorado en trescientos denarios (Jn 12, 5). El supo usar de los bienes de la tierra, sentarse en el banquete de las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) y comer con los publicanos (Mt 9, 10-13).
La actitud del rico frente a sus bienes recibe, a veces, el estigma de la idolatría: Elías había conjurado a sus contemporáneos a “no claudicar de un lado y de otro” y a optar entre Yavé y Baal (1 Re 18, 21); Jesús fustiga a otro ídolo, tomado también de los mismos paganos de Tiro: “Nadie puede servir a la vez a Dios y a las riquezas (Lc 16, 13). El máximo reproche lanzado contra el rico Epulón es el de haber malgastado sus bienes: “Hijo -le contestó Abraham-, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en vida” (Lc 16, 25).
Jesús concluye el desarrollo del tema recordando que hay que buscar el Reino de Dios (Lc 12, 31); hablando de un tema del Antiguo Testamento, nos conduce hasta la opción esencial: “Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33).

TOMADO DE: https://agentedepastoral.wordpress.com/2017/09/13/felices-los-pobres-porque-el-reino-de-dios-les-pertenece/
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